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Asociaciones de Socorro Mutuo y Mutualidades Asistenciales 

Documento que acreditaba la asociación al Socorro Mutuo

Asociaciones de Socorro Mutuo y Mutualidades Asistenciales “Una cuestión de memoria social”

 

A mediados del siglo XIX el liberalismo desmantelaba el viejo sistema de caridad religiosa y particular del Antiguo Régimen (las cofradías), y lo sustituía por la beneficencia pública, concebida como instrumento de protección ante el riesgo social que representaba la pobreza y como medio de control y conversión de los pobres en ciudadanos útiles.

En España, el camino del asociacionismo, en su doble vertiente, asistencial y de cohesión social, estuvo jalonado de dificultades, y el derecho a asociarse no fue tarea temprana ni fácil. Hasta 1880 se aprecia un tratamiento claramente diferenciado de los anhelos asociativos, de tolerancia con aquellas formas tildadas de inofensivas (socorros mutuos, beneficencia, cultura-instrucción), y de represión de las sospechosas de alterar el orden vigente.

La Real Orden Circular de 28 de febrero de 1839 autorizando la constitución de asociaciones de socorros mutuos ha quedado como un hito en la historia del asociacionismo en España, aunque sólo avalaba la constitución de manera muy restringida y sujeta a la inspección de las autoridades civiles, de un modelo exclusivo de asociación, la de socorros mutuos (…) definiendo como tales “las corporaciones cuyo instituto sea el auxiliarse mutuamente en sus desgracias, enfermedades, etc., y el reunir en común el producto de sus economías con el fin de recurrir a sus necesidades futuras”.

El mutualismo es una de las respuestas de los sectores sociales productivos a su precaria condición, y se articula en torno a la solidaridad de sus miembros(…). Surge ante el abandono de los poderes públicos, e intenta regular un seguro elemental contra la enfermedad y el paro.

Aunque su vida es corta, puesto que se suspende por Real Orden de 25 de agosto de 1853, a su amparo surgen sociedades de socorros mutuos, como la Asociación mutua de obreros de la industria algodonera de Barcelona, disuelta en 1841 tras publicar un manifiesto en dicha ciudad,  demandando la implantación del seguro de enfermedad y paro forzoso. Estas asociaciones,  sólidamente estructuradas y guiadas por la solidaridad, resisten y sobreviven de forma soterrada tras su disolución oficial por las autoridades moderadas en 1845.

Las terribles condiciones laborales de las regiones industrializadas como Cataluña y las provincias vascas no eran menores en el resto de la España agraria. El trabajo, de sol a sol, y mantenidos. Los niños comenzaban a trabajar a los cinco años con jornadas de doce horas y las niñas eran empleadas de hogar a partir de los ocho. Tardará aún cincuenta años (1904) hasta que se promulgue la ley de Descanso Dominical. La educación escolar era casi inexistente, la explotación estaba generalizada en todo el país, a la falta de trabajo se unían a las grandes dificultades para poder sobrevivir.

                             

Grupo de segadores Puzol (Valencia)

                                                                    

La Comisión de Reformas Sociales

La preocupación de las clases dirigentes por la alimentación y la mortalidad obrera aparece en la medida en que puedan verse afectados ellos por los focos infecciosos que se gestan en los barrios obreros, con el consiguiente peligro de enfermedades y epidemias. El cólera, el tifus, la viruela y otras devastadoras enfermedades se expanden en los barrios obreros… se propagan más allá de sus focos hasta alcanzar los barrios más aireados y sanos, habitados por los señores capitalistas. Estos no pueden permitirse consentir unas epidemias de las que ellos mismos sufrirían las consecuencias. Lo que es un peligro para la burguesía, es la culminación de la miseria del proletariado. Ésta es la consecuencia de jornadas de diez, doce o más horas de trabajo: insuficiencia, adulteración y baja calidad de los alimentos que producían un deterioro orgánico y un notable decaimiento en su desarrollo, robustez y fuerzas, y por tanto, su menor aptitud para el trabajo.

La escasez y malas condiciones de las viviendas de los obreros que se hacinan en tugurios malsanos, donde en muchas de ellas no penetran los rayos del sol, compartiendo frecuentemente con el asno o el cerdo su miserable vivienda sin ninguna relación con los conceptos higiénicos. La miseria y la explotación que sufre el proletariado, que gasta la mitad de sus ingresos en la alimentación y, dentro de este capítulo, el pan absorbía la mitad de la suma gastada diariamente (la cuarta parte de su salario). La carne era prohibitiva y el pescado podría ser una sardina salada. Su vestido era de algodón o paño de borras, camisa de algodón, alpargatas y una gorra de paño.

Las huelgas, la exigencia de educación y del socorro, el vivo anhelo de mejorar que se impone por los adelantos del progreso, el desarrollo de la inteligencia en muchos obreros, son causas de preocupación para todo el Gobierno y alarma en la opinión pública. No obstante, la Comisión de Reformas Sociales careció de suficientes fondos económicos y no se pudieron publicar la totalidad de los informes provinciales, tampoco pudo evitar los graves conflictos sociales de la España del primer tercio del siglo XX.

EL MUTUALISMO POPULAR Y OBRERO ESPAÑOL

Las sociedades de Socorros Mutuos

La Ley de Asociaciones de 1887, las asociaciones de socorros mutuos se van a arraigar ampliamente entre las clases populares y obreras españolas. El Ministerio de Gobernación de ese año registra 663 sociedades de socorros mutuos, mientras que en el año 1904 ascendía a 1.271 mutualidades catalogables en principio como “populares”, con 238.351 socios, y 309 mutualidades obreras, con 84.426 cotizantes, además de otras que sin ser clasificadas como sociedades de socorros mutuos, incluían caja de socorros.

 

Labrador Puzol (Valencia)

 

Definen una sociedad de socorros mutuos como una sociedad cuyos miembros se han dado por regla depositar una parte convenida de sus ingresos, a fin de asegurar a aquellos miembros que lo necesiten prestaciones igualmente convenidas.

Clasificación de estas sociedades: La inspiración ideológica, católica o laica, de sus patrocinadores; su composición social, “popular” o específicamente obrera; y finalmente el carácter más o menos directo, o más o menos permanente, del patronazgo.

Así, las Mutualidades se pueden clasificar en tres grupos:

El mutualismo católico

La Iglesia, que durante todo el siglo XIX confirió un tratamiento básicamente caritativo y benéfico a los problemas sociales, y a la fundación de instituciones dedicadas a la moralización, educación y cristianización popular, también estuvo presente en iniciativas orientadas al fomento de la previsión popular. Su postura se inserta en un proyecto global de acción católica,  con la formación de los Círculos Católico de Obreros, aunque no está entre sus principales objetivos el fomento del ahorro y la previsión popular.

 

Palacio Arzobispal Puzol (Valencia)

 

Las mutualidades populares

Estas mutualidades fueron uno de los campos de la acción social en el que los sectores laicos de la sociedad española mostraron mayor protagonismo. Dominaron las clases populares sobre las obreras, no incluían en su denominación ninguna referencia a la condición social de sus miembros y no exigían requisitos de carácter profesional, a alguna referencia genérica a tener “aptitud por el trabajo y ocupación lícita”, ejercer un oficio o profesión” que les produjera ingresos suficientes, “vivir honradamente de su trabajo, pensiones, sueldos, rentas o, sencillamente, “ser personas de honradez”.

En estas mutualidades populares la intervención de los “notables”, realizada individualmente o a través de determinados colectivos, en muchas ocasiones contaron con la colaboración de las fuerzas vivas de su localidad, que aportaban donativos, a veces bajo la figura explícitamente recogida en sus reglamentos del “socio honorario”.

Las mutualidades asistenciales de base obrera

Las Mutualidades obreras, en la estadística de 1904, registran una relevancia cuantitativamente menor en relación con las mutualidades populares que acabamos de analizar. Podría hablarse de sociedades generales, que reunían a obreros sin distinción, normalmente de poblaciones pequeñas, titulándose sociedades de “operarios”, “artesanos”, “obreros”, “de hijos del trabajo”, etc. y de sociedades de gremio u oficio, compuestas obviamente por obreros de una misma profesión.

También dentro de estas mutualidades “obreras” el patrocinio se ejerció a través de cauces dispares, aunque algunos de ellos similares a los que ya conocemos: afiliación de socios protectores y honorarios, concesiones regulares u ocasionales de donativos por parte de las fuerzas vivas, auxilio de personalidades destacadas en los momentos críticos, colaboración, asesoramiento o dirección por parte de sociedades “defensoras de intereses materiales” o de grupos políticos. Precisamente fue éste uno de los medios utilizados y es especialmente conocido el caso de Blasco Ibañez en Valencia.

fuente: 2006: La Sociedad de Socorros Mutuos “Emancipación Obrera” y su contexto municipal. AUTORES: AMADOR MARUGÁN  – BENJAMÍN REDONDO 

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